Pues lo mismo que un
padre espera de sus hijos.
Este sería por
decirlo asi, un buen ejemplo.
Espera que
maduremos, que andemos por el buen camino, que adquiramos conocimientos y
experiencia, porque decir que no.
Espera sobre todo
que no nos olvidemos de Él, que le tengamos siempre presente en nuestro pensamiento.
Algunos hijos
reciben lo mejor de sus padres y en cambio desagradecidos, los tienen en el
olvido, especialmente cuando son ancianos o próximos a estas edades.
No son situaciones
extrañas, son situaciones que se dan a diario.
En nuestro entorno
de fe y fuera de este tipo de entornos.
Dios espera que
nuestro comportamiento sea el correcto y esto lo valora mucho.
Valora nuestras
actitudes hacia los demás y hacia el prójimo.
En la vida se dan
muchas situaciones variadas, agradables y desagradables, especialmente cuando
nos rozamos con los demás.
Esta vida es la
mayor escuela y donde más aprendemos.
Sobre todo y si
valoramos nuestra experiencia y nuestros errores para asumirlos y no
repetirlos.
Poco aprenderíamos
en una isla desierta y también poco nos equivocaríamos a nivel de relación con
los demás.
Siempre he pensado
que la clausura en monasterios por parte de religiosos o religiosas es y ha
sido siempre un tipo de vida fuera del entorno natural.
Se respira un
ambiente de santidad y casi de perfección o intento de serlo, aunque para
afirmar tal cosa habría que conocer en profundidad estos ambientes.
Pero es un lugar
ajeno a la vida normal, a la vida de roces, de dificultades, con personas
agradables y con personas desagradables, diría casi un entorno "fácil"
en un mundo hostil.
Jesús no se
enclaustró ni se encerró, sino que se abrió a la gente.
Dios quiere un
reconocimiento de nuestros errores y defectos, pero con intención de mejorarlos
y superarlos. No arrastrándolos durante
toda nuestra vida hasta nuestra vejez.
Dios espera de
nosotros nuevas criaturas. Hombres y mujeres libres de pensamiento y libres de
acción pero sobre todo obedientes a las enseñanzas y al mensaje de Jesús.
Abraham en su
libertad de acción, decidió sacrificar a su único hijo y esperado tras muchos
años, como una obediencia libre a un extraño mandato de Dios.
Extraño mandato,
como una prueba muy difícil de aceptar y superar, como humanos que somos, del cual
pongo en duda cuantos de nosotros habríamos sido capaces de imitar.
Un mandato de locura
e irracionalidad o experimento de Dios para comprobar la obediencia de un ser
humano en su grado máximo imaginable.
Asi puso Dios a
Abraham como padre, patriarca y ejemplo de la fe para todos nosotros.
¿Quien no conoce el
amor que se tiene a un hijo?
¿Cuántos de nosotros
no nos sacrificaríamos por un hijo en riesgo de muerte?
El amor rompe
fronteras y esquemas de lógica humana.
Dios espera un
aprobado al finalizar nuestra vida, como meta de todas nuestras vivencias.
Espera una fidelidad hasta el dia de nuestra muerte.
Espera un amor
incondicional a nuestro Dios que supere al amor hacia las personas que mas
queremos de nuestro entorno.
Un amor a alguien
que nunca hemos visto con nuestros ojos y que solo podemos justificar mediante
la fe. Esa palabra que identifica creer
sin ver y aceptar sin comprobar.
Dios espera de
nosotros un reconocimiento a la vida que nos a dado, un reconocimiento del amor
que hemos recibido y de un cuidado que dia a dia hemos tenido. Y no solo
nuestras palabras sino nuestras actitudes, deben demostrar nuestro
agradecimiento.
Guillermo Blanco 3-10-2011