Vivimos
confiados la vida sin dar importancia ni al tiempo que nos es permitido vivir
aquí, ni al destino que nos espera.
Vivimos
ignorantes de nuestro destino, como quien se pasea por el borde de un abismo y
no sabemos que podemos caer en cualquier momento.
No es una
broma, ni un deseo de aguar la fiesta.
Es la
realidad del otro lado de la vida, según nos indica la Biblia.
Somos
incrédulos, disfrutamos todo lo que podemos, y rechazamos la religión y lo
concerniente a Dios. Todo eso parece no interesarnos y solo dan males de
cabeza.
Jesús nunca
exageraba en sus afirmaciones.
“El que tiene al
Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo no tiene la vida”
Y esa vida
no se refiere a la que conocemos.
La vida que
conocemos dura bien poco, según lo miremos.
Se está
refiriendo a la vida eterna, al lugar donde vamos a pasar toda la eternidad.
¡Porque no
despertamos!
Estamos
dormidos en nuestras rutinas y sumisos en nuestros quehaceres diarios.
Cualquier
percance imprevisible puede trasladarnos al otro lado de la vida.
Puede
ocurrir en cualquier momento, y no siempre estamos preparados para ello.
No hay
regreso de este viaje, ni arrepentimiento allí, ni excusas para cambiar el
destino.
Jesús desea
la salvación de todos los hombres y mujeres.
Ese es su
propósito y no otro.
Y nosotros
apenas le damos importancia.
Jesús sabe
lo que nos conviene y sabe lo que nos perjudica.
Un error de
concepto es pensar que Dios envía al infierno a los malvados, o quizás a los
peores hombres de la humanidad, y no es así.
Al infierno
estamos todos inscritos como un destino común a toda la humanidad.
Desde hace muchos
siglos que esta sentencia fue dictaminada a causa de la maldad de todos los
hombres y digo todos, sin excepción.
De la
santidad de Dios, los hombres no quisieron saber nada y prefirieron seguir su
camino. Un camino equivocado y lleno de
errores.
Solo los
niños de corta edad están exentos de esta tragedia.
De ellos es el
reino de los cielos, comentó Jesús en una ocasión.
En cuanto
adquirimos la capacidad para elegir el bien o el mal, ya entramos en esa
dinámica de pecado, en la cual parece que todos nos sentimos bien.
Y ese es
nuestro destino y consecuencia de nuestro modo de vida.
Una vida
separada de Dios y a nuestro aire.
Nos parece
normal esa vida que llevamos, antes en la antigüedad y ahora en nuestro mundo
moderno lleno de tecnología que nos asombra cada dia.
Pero nuestro
modo de vida sigue siendo incorrecto delante de Dios.
Nuestras
prioridades son incorrectas y el orden de ellas equivocadas.
Y lo consideramos
totalmente normal.
Hablar de Dios
produce extrañeza y rechazo.
No estamos
habituados, y muchas veces al hombre común de la calle, hasta le molesta hablar
de ello.
Dios nos ofrece
un regalo como una segunda oportunidad a esta situación desesperante.
Una segunda
oportunidad que tristemente pocos entienden y aceptan.
Y no habrá
una tercera oportunidad.
“El que tiene al
Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo no tiene la vida”
El regalo es
precisamente el sacrificio del único Hijo de Dios.
Tener al
Hijo significa creer en el Hijo de Dios: Jesús.
¿No
menospreciaron y se rieron de los profetas en la antigüedad?
Ellos fueron
la voz de Dios en la antigüedad y los pueblos por lo general los rechazaron.
Anunciaban y
advertían, pero solo una minoría creía.
Y esa minoría
continua siendo también la tónica en nuestros dias.
El
materialismo que nos rodea nos impide ver esa realidad espiritual que tan cerca
está de nosotros.
Nuestro
cuerpo no nos va a seguir siempre, y cuando nos deje, traspasaremos esa puerta
que ahora parece invisible y poco real.
El mundo
espiritual es tan real como el material, pero no podemos viajar del uno al otra
de forma fácil.
Primero
nacemos en el mundo material y al acabar nuestra vida y misión, somos
trasladados al mundo espiritual.
Esta vida es
un tiempo de aprendizaje y de prueba.
En ella
manifestamos nuestro camino, deseos, prioridades y actitudes.
Tras ella
seremos juzgados.
Por eso la
importancia de ese tiempo que nos ha sido concedido y que muchas veces
desperdiciamos.
Guillermo Blanco 10-3-2012