La
genealogía de Jesús aparece en dos de los evangelios: el Evangelio de Mateo y el Evangelio de Lucas. Ambos tienen al rey David como antepasado
común de ambas ramas, algo importante desde el punto de vista doctrinal.
En MATEO 1:2-16
aparece una lista a partir de Abraham hasta María de Nazaret,
(su madre).
Los nombres en cursiva no aparecen en el
texto, sino que han sino añadidos.
Adan,
Set,
Enos,
Cainan,
Mahalaleel,
Jared,
Enoc,
Matusalem,
Lamec,
Noe,
Sem, (--- 1868ac)
Arfaxad,
Cainán
Sala,
Heber,
Peleg,
Ragau (Reu),
Serug,
Nacor,
Taré,
Abraham, (2018ac
Isaac,
Jacob,
Judá,
Fares (de Tamar),
Hesróm, (Esrom)
Aram,
Aminadab,
Najson, (Naasón)
Salmón,
Boaz ó Booz (de Rajab ó Rahab),
Obed (de Rut),
Isaí,
David (rey),
Salomón,
Roboam,
Abías,
Asa,
Josafat,
Joram,
Uzías,
Jotam,
Acaz,
Ezequías,
Manasés,
Amón,
Josías,
Jeconías (deportación a Babilonia),
Salatiel,
Zorobabel,
Abiud,
Eliaquim,
Azor,
Sadoc,
Aquim,
Eliud,
Eleazar,
Matán,
Jacob,
José (marido de María),
Jesús (llamado el Cristo).
14 generaciones desde Abraham hasta David.
14 generaciones desde David hasta la deportación a Babilonia.
14 generaciones desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo.
A diferencia de Lucas (quien sólo nombra varones), Mateo menciona a
cinco mujeres y que a pesar de haber mujeres más notables y virtuosas, éstas no
son señaladas:
-Tamar, quien engendró un hijo (Fares, gemelo con Zara) con una
relación incestuosa con su suegro Judá.
-Ruth, una moabita.
-Betsabé (mujer de Urías el hitita) quien tuvo una relación adúltera
con el rey David.
-María, la madre de Jesús.
Esta selección anterior, hizo que Jerónimo de Estridón sugiriera que Mateo
estaba pensando un cambio moral, para que ya no fuera exclusivamente
patriarcal.
En LUCAS 3:23-38
aparece una lista a partir de José de Nazaret (su padre terrenal) hasta Adán.
Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años, hijo,
según se creía, de José.
Adan,
Set,
Enos,
Cainan,
Mahalaleel,
Jared,
Enoc,
Matusalem,
Lamec,
Noe,
Sem,
Arfaxad,
Cainán
Sala,
Heber,
Peleg,
Ragau (Reu),
Serug,
Nacor,
Taré,
Abraham,
Isaac,
Jacob,
Judá,
Fares (de Tamar),
Hesróm, (Esrom)
Aram,
Aminadab,
Najson, (Naasón)
Salmón,
Booz
Obed
Isaí
David
Natán
Matata
Mainán
Melea
Eliaquim
Jonán
José
Judá
Simeón
Leví
Matat
Jorim
Eliezer
Josué
Er
Elmodam
Cosam
Adi
Melqui
Neri
Salatiel,
Zorobabel
Resa
Joana
Judá
José
Semei
Matatías
Maat
Nagai
Esli
Nahum
Amós
Matatías
José
Jana
Melqui
Leví
Matat
Elí
José (según se creía),
Jesús (llamado el Cristo).
En 1 Crónicas
1:2-16 se da una genealogía parcial de los antepasados de Jesús:
Hijo de Salomón fue Roboam, cuyo hijo fue Abías, del cual fue hijo
Asa, cuyo hijo fue Josafat, de quien fue hijo Joram, cuyo hijo fue Ocozías,
hijo del cual fue Joás,
del cual fue hijo Amasías, cuyo hijo fue Azarías, e hijo de éste,
Jotam.
Hijo de éste fue Acaz, del que fue hijo Ezequías, cuyo hijo fue
Manasés,
del cual fue hijo Amón, cuyo hijo fue Josías.
Y los hijos de Josías: Johanán su primogénito, el segundo Joacim, el
tercero Sedequías, el cuarto Salum.
Los hijos de Joacim: Jeconías su hijo, hijo del cual fue Sedequías.
Y los hijos de Jeconías: Asir, Salatiel,
Malquiram, Pedaías, Senazar, Jecamías, Hosama y Nedabías.
Los hijos de Pedaías: Zorobabel y Simei. Y los hijos de Zorobabel:
Mesulam, Hananías, y Selomit su hermana;
y Hasuba, Ohel, Berequías, Hasadías y Jusab-hesed; cinco por todos.
Los hijos de Hananías: Pelatías y Jesaías; su hijo, Refaías; su hijo,
Arnán; su hijo, Abdías; su hijo, Secanías.
Hijo de Secanías fue Semaías; y los hijos de Semaías: Hatús, Igal,
Barías, Nearías y Safat, seis.
Los hijos de Nearías fueron estos tres: Elioenai, Ezequías y Azricam.
Los hijos de Elioenai fueron estos siete: Hodavías, Eliasib, Pelaías,
Acub, Johanán, Dalaías y Anani.
Una simple lectura descubre
al lector cosas extrañas en esta lista genealogica.
Por de pronto, Mateo y Lucas
hacen sus genealogías en direcciones opuestas. Mateo asciende desde Abrahán a
Jesús. Lucas baja desde Jesús hasta Adán. Pero el asombro crece cuando vemos
que las generaciones no coinciden. Mateo pone 42 generaciones, Lucas 77.
Y ambas listas coinciden
entre Abrahán y David, pero discrepan entre David y Cristo. En la cadena de
Mateo, en este periodo, hay 28 eslabones, en la de Lucas 42. Y para colmo en
este tramo entre David y Cristo sólo dos nombres de las dos listas coinciden.
Una
mirada aún más fina percibe más inexactitudes en ambas genealogías.
Mateo
coloca catorce generaciones entre Abrahán y David, otras catorce entre Abrahán
y la transmigración a Babilonia y otras catorce desde entonces a Cristo.
Ahora
bien, la historia nos dice que el primer periodo duró 900 años (que no pueden
llenar 14 generaciones) y los otros dos 500 y 500.
Si
seguimos analizando vemos que entre Joram y Osías, Mateo se «come» tres reyes;
que entre Josías y Jeconías olvida a Joakin; que entre Fares y Naasón coloca
tres generaciones cuando de hecho transcurrieron 300 años.
Y,
aun sin mucho análisis, no puede menos de llamarnos la atención el percibir que
ambos evangelistas juegan con cifras evidentemente simbólicas o cabalísticas:
Mateo presenta tres períodos con catorce generaciones justas cada uno; mientras
que Lucas traza once series de siete generaciones. ¿Estamos ante una bella
fábula?
Esta
sería y ha sido de hecho la respuesta de los racionalistas.
Los
apóstoles (dícense) habrían inventado unas listas de nombres ilustres para
atribuir a Jesús una familia noble, tal y como hoy los beduinos se inventan los
árboles genealógicos que convienen para sus negocios.
Pero
esta teoría difícilmente puede sostenerse en pie.
En
primer lugar porque, de haber inventado esas listas, Mateo y Lucas las habrían
inventado mucho «mejor». Para no saltarse nombres en la lista de los reyes les
hubiera bastado con asomarse a los libros de los reyes o las Crónicas. Errores
tan ingenuos sólo pueden cometerse a conciencia. Además, si hubieran tratado de
endosarle a Cristo una hermosa ascendencia, ¿no hubieran ocultado los eslabones
"sucios»: hijos incestuosos, ascendientes nacidos de adulterios y
violencias.
Por
otro lado, basta con asomarse al antiguo testamento para percibir que las
genealogías que allí se ofrecen incurren en inexactitudes idénticas a las de
Mateo y Lucas: saltos de generación. Afirmaciones de que el abuelo «engendró» a
su nieto, olvidándose del padre intermedio. ¿No será mucho más sencillo aceptar
que la genealogía de los orientales es un intermedio entre lo que nosotros
llamamos fábula y la exactitud rigurosa del historiador científicamente puro?
Tampoco
parecen, por eso, muy exactas las interpretaciones de los exegetas que tratan
de buscar «explicaciones» a esas diferencias entre la lista de Mateo y la de
Lucas (los que atribuyen una genealogía a la familia de José y otra a la de
María; los que encuentran que una lista podría ser la de los herederos legales
y otra la de los herederos naturales, incluyendo legítimos e ilegítimos).
Más
seria parece la opinión de quienes, con un mejor conocimiento del estilo
bíblico, afirman que los evangelistas parten de unas listas verdaderas e
históricas, pero las elaboran libremente con intención catequística.
Con
ello la rigurosa exactitud de la lista sería mucho menos interesante que el
contenido teológico que en ella se encierra.
Luces
y sombras en la lista de los antepasados.
¿Cuál
sería este contenido? El cardenal Danielou lo ha señalado con precisión:
«Mostrar que el nacimiento de Jesús no es un acontecimiento fortuito, perdido
dentro de la historia humana, sino la realización de un designio de Dios al que
estaba ordenado todo el antiguo testamento».
Dentro
de este enfoque, Mateo -que se dirige a los judíos en su evangelio- trataría de
probar que en Jesús se cumplen las promesas hechas a Abrahán y David. Lucas
-que escribe directamente para paganos y convertidos- bajará desde Cristo hasta
Adán, para demostrar que Jesús vino a salvar, no sólo a los hijos de Abrahán,
sino a toda la posteridad de Adán. A esta luz las listas evangélicas dejan de
ser aburridas y se convierten en conmovedoras e incluso en apasionantes.
Escribe
Guardini:
¡Qué
elocuentes son estos nombres! A través de ellos surgen de las tinieblas del
pasado más remoto las figuras de los tiempos primitivos. Adán. penetrado por la
nostalgia de la felicidad perdida del paraíso; Matusalén, el muy anciano; Noé,
rodeado del terrible fragor del diluvio; Abrahám, al que Dios hizo salir de su
país y de su familia para que formase una alianza con él; Isaac, el hijo del
milagro, que le fue devuelto desde el altar del sacrificio; Jacob, el nieto que
luchó con el ángel de Dios...
¡Qué
corte de gigantes del espíritu escoltan la espalda de este recién nacido!
Pero
no sólo hay luz en esa lista. Lo verdaderamente conmovedor de esta genealogía
es que ninguno de los dos evangelistas ha «limpiado» la estirpe de Jesús.
Cuando hoy alguien exhíbe su árbol genealógico trata de ocultarlo, por lo
menos, de no sacar a primer plano las «manchas» que en él pudiera haber; se
oculta el hijo ilegitimo y mucho más el matrimonio vergonzoso. No obran así los
evangelistas.
En
la lista aparece -y casi subrayado- Farés, hijo incestuoso de Judá; Salomón,
hijo adulterino de David. Los escritores bíblicos no ocultan -señala
Cabodevilla- que Cristo desciende de bastardos.
Y
digo que casi lo subrayan porque no era frecuente que en las genealogías
hebreas aparecieran mujeres; aquí aparecen cuatro y las cuatro con historias
tristes.
Tres
de ellas son extranjeras (una cananea, una moabita, otra hitita) y para los
hebreos era una infidelidad el matrimonio con extranjeros.
Tres
de ellas son pecadoras.
Sólo
Ruth pone una nota de pureza.
No
se oculta el terrible nombre de Tamar, nuera de Judá, que, deseando vengarse de
él, se vistió de cortesana y esperó a su suegro en una oscura encrucijada.
De
aquel encuentro incestuoso nacerían dos ascendientes de Cristo: Farés y Zara.
Y
el evangelista no lo oculta. Y aparece el nombre de Rajab, pagana como Ruth. y
«mesonera», es decir, ramera de profesión. De ella engendró Salomón a Booz.
Y
no se dice -hubiera sido tan sencillo- «David engendró a Salomón de Betsabé»,
sino, abiertamente, «de la mujer de Urías».
Parece
como si el evangelista tuviera especial interés en recordarnos la historia del
pecado de David que se enamoró de la mujer de uno de sus generales, que tuvo
con ella un hijo y que, para ocultar su pecado, hizo matar con refinamiento
cruel al esposo deshonrado.
¿Por
qué este casi descaro en mostrar lo que cualquiera de nosotros hubiera ocultado
con un velo pudoroso? No es afán de magnificar la ascendencia de Cristo, como
ingenuamente pensaban los racionalistas del siglo pasado; tampoco es simple
ignorancia.
Los
evangelistas al subrayar esos datos están haciendo teología, están poniendo el
dedo en una tremenda verdad que algunos piadosos querrían ocultar pero que es
exaltante para todo hombre de fe: Cristo entró en la raza humana tal y como la
raza humana es, puso un pórtico de pureza total en el penúltimo escalón -su
madre Inmaculada- pero aceptó, en todo el resto de su progenie, la realidad
humana total que él venia a salvar.
Dios,
que escribe con lineas torcidas entró por caminos torcidos, por los caminos
que-¡ay!- son los de la humanidad.
J.L. MARTIN-DESCALZO
VIDA-MISTERIO/1.Págs. 66-68
VIDA-MISTERIO/1.Págs. 66-68